Su transmisión escrita, junto con la veneración dada a ciertas obras clásicas, ha llevado a la expectativa de que el ejecutante tocará la obra de tal modo que realizará en detalle las intenciones originales del compositor. Por lo tanto, las desviaciones de las instrucciones del compositor a veces son condenadas como fallas completas éticas. Durante el siglo XIX, los detalles que los compositores colocaban en sus partituras fueron incrementándose. Así vemos un opuesto rechazo-admiración por los ejecutantes que ofrecen nuevas "interpretaciones" de la obra de un compositor, y no es desconocido que un compositor le pida al intérprete una mejor realización de sus intenciones originales que la que él mismo pudo lograr. De este modo, los ejecutantes de música clásica alcanzan a menudo reputaciones muy altas por su musicalidad, aunque ellos mismos no compongan. Otra consecuencia de la primacía de la partitura escrita del compositor es que la improvisación juega una menor presencia, en marcado contraste con otras tradiciones como el jazz, en donde la improvisación es básica. La improvisación en la música clásica era mucho más frecuente en el Barroco que en el siglo XIX y siglo XX, y recientemente la interpretación de aquella música por músicos clásicos modernos ha sido enriquecida por el resurgimiento de antiguas prácticas improvisatorias. Durante el periodo clásico, Mozart y Beethoven improvisaban a veces las cadencias de sus conciertos para piano (y animaban a otros a hacer lo mismo), pero también tendían a dar cadenzas escritas para que otros solistas pudiesen usarlas.
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